“Existe un antiguo mito que sostiene que contar historias puede curar enfermedades o salvar; sin historias, viviríamos un presente viejo.”
Marcela Serrano
De acuerdo con la revista Science, unos 25.000 años antes de la llegada de los Homo sapiens, los Neandertales ya tenían un pensamiento simbólico, pintaban arte rupestre en las paredes de las cuevas. Pintaban figuras de animales y motivos geométricos. Resulta interesante imaginarlos tratando de plasmar de alguna manera lo que veían en su cotidianidad. Tratando de contar historias, a su manera primitiva.
En 1605 un hombre emprende camino por la Mancha. Haciéndose llamar caballero andante, galopa con su armadura oxidada sobre su caballo flaco. En compañía de su fiel escudero, aquel llamado Don Quijote, redescubría el mundo a través de los ojos de lo que algunos, con un poco de descaro, se atreverían a llamar locura. Y sí, estamos hablando de aquel que ve gigantes donde hay molinos de viento y ejércitos donde hay rebaños de ovejas; pero también de aquel cuyo viaje ha sido por más de 400 años, una metáfora de la vida. “Esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo, ciega, y así no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba.”
En 1862, un trozo de pan cambiaba la vida de un hombre cuyo destino estaría marcado por la tragedia, la injusticia y la pobreza; pero también, a través de su transformación personal nos llevaba a recorrer un camino en el que la lucha social es la gran protagonista de una historia en la que, dentro de la miseria, de vez en cuando también se deja ver lo mejor de la humanidad: la capacidad de perdonar, la reivindicación, la honestidad, la resiliencia, la valentía, la amistad y por supuesto; el amor.
Al llegar a 1915, los tiempos eran otros, la literatura era otra, y para entonces, llega un revolucionario cuento en el que un personaje despierta una mañana completamente transformado en un insecto. Gregorio seguramente no comprendió en ese momento el objetivo de su vida, pero a lo largo de su nueva existencia conceptualiza la pérdida de la identidad y nos lleva a encontrarnos de frente con sentimientos como el aislamiento, el egoísmo, la indiferencia, y la soledad. Curiosamente su creador, Franz Kafka, no tenía una visión positiva de sí mismo como escritor, y llegó incluso a pedir que sus manuscritos fueran destruidos.
Pasamos a 1943, el año en que por primera vez se contaba la historia de un niño y su travesía por el universo. Hoy, 78 años más tarde, alguien en algún lugar del mundo está leyendo por primera vez a este principito, haciéndose quizás las mismas preguntas que él se hacía o encontrando sin mayor esfuerzo, sobre las líneas, algunas reflexiones referentes a los aspectos más básicos y trascendentales de la vida, esos detalles, esa esencia de la existencia que a veces se nos escapa porque es invisible a los ojos.
120 años han pasado ya desde lo que se figura como el inicio del cine y, si algo tiene en común esto último con la literatura y con la pintura rupestre de los neardentales; es sencillamente el arte de contar historias. Un arte viejo, muy viejo, pero que, no pasa de moda, ¡todo lo contrario! Se reinventa, se redefine, se transforma. Una historia bien contada es atemporal y aporta esa extraordinaria libertad que no puede ser arrebatada. Esa capacidad de viajar a través de los sentidos gracias a las herramientas con las que damos forma y vida a la imaginación.
Cien años de soledad, La Divina Comedia, el Diario de Ana Frank, Cometas en el Cielo, el Retrato de Dorian Gray, los cuentos de Edgar Allan Poe; o incluso algo más contemporáneo, como las historias de Carlos Ruiz Zafón, quien a muchos nos presentó Barcelona con su literatura; son en sí mismas una respuesta a la pregunta: ¿cuál es la importancia de contar historias? Contar historias nos acerca a otros, sin importar de qué parte del mundo seamos, nos ayuda a conectarnos con otras realidades que pueden parecerse o no a las nuestras, nos da sentido de universalidad y a su vez de pertenencia.
La frase que abre este blog es de la escritora chilena Marcela Serrano, quien le ha dado voz a las mujeres en su obra literaria, y es, entre otras cosas, oportuna —como me gustaría creer que lo será este artículo— para recordarnos a todos que esa historia que no has escrito, grabado o contado de cualquier manera; quizás esa historia puede cambiarle la vida a alguien.
En este artículo se quedan por fuera millones de títulos y espero (esperemos todos) que siempre sea así. Que nunca haya espacio para nombrarlos todos, que no haya vida para leerlos todos y que se sigan contando historias infinitamente. Para escribir hay que seguir leyendo, para contar historias hay que seguir viéndolas, oyéndolas, haciendo que pasen; y para eso: ¡podéis contar con iwi!